26.9.05

4._ Espíritu

Pero la acción del Espíritu, con ser plenamente eficaz, no es absolutamente determinante de cada parcela, o fenómeno particular, de la realidad. Si así fuera, no habría espacio ni tiempo, ni podría haber proceso ni capacidad alguna, puesto que todo sería "acto instantáneo", realización inmediata de la Novedad Última.

Admite, en cambio, cierta inercia, cierta espontaneidad, una resistencia, una tendencia opuesta "hacia la nada", en cada evento, que sin embargo va venciendo en el conjunto del proceso. La acción del Espíritu se parece más a una "tendencia heurística" que a una fuerza impositiva e irresistible. Controla el proceso, pero no lo ahoga. Dirige los acontecimientos, los pilota, como con "unas gotas de providencia en un mar de azar y necesidad". Por eso sólo se descubre "como escondida" en su intimidad más íntima.
(El espíritu de Dios sí que juega a los dados, pero es algo "tramposo": los carga un poco.)

Erramos gravemente si cedemos a la tentación de considerar al Espíritu como una fuerza de origen externo a la Naturaleza; como si Dios trascendente no fuera la culminación y completitud del proceso cósmico sino "un ser" que existe "paralelamente" a éste, y que actúa desde fuera sobre él, continua o intermitentemente. No; el espíritu de Dios es verdaderamente inmanente a la Naturaleza, es enteramente inseparable de ella, de manera que, aun reconociendo la acción de Dios, podemos decir que la Naturaleza experimenta el proceso creativo "por sí misma".
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